miércoles, 2 de febrero de 2011

Bon appétit!

Luego de pasear por el centro de mi barrio, llegué a casa y prepare un listado con las cosas que necesitaba para el banquete y me dirigí al mercado para comprar principalmente verduras.
Ahora sí, estaba todo listo para comenzar. El reloj marcaba que tenia el tiempo suficiente para preparar los alimentos.
Tomé una olla y ocupe la mitad de su capacidad con agua. Las papas habían sido despojadas de la piel y estaban listas para tomar un baño caliente.
Mientras tanto, el afilado cuchillo cortaba en juliana las cebollas; luego siguieron el ajo y los zapallitos. También morrones, que ruborizaban la blanca tabla plástica. Los tomates cortados en cubos formaban una bandera con el verdor del perejil. Pero otro fue de destino de las zanahorias que pasaron por la ralladora.
El aceite esperaba caliente; ya hacia ruido, como avisando de manera elegante que ya estaba a punto.
La cebolla se translucía y el ajo se doraba, dándome la señal para colocar los morrones, que una vez tiernos fueron acompañados por los tomates y la ralladura de las zanahorias.
El aroma a cocina me hacía de compañera silenciosa, y vaya que disfrutaba de estar con ella.
La modestia y magnificencia de los colores y aromas creaban dentro de mi una algarabía de lo más noble.
Parecía estar recibiendo lo que daba al mismo tiempo, con sincronización perfecta y dosis necesarias. El mismo amor y pasión con el que me gusta agasajar, es el mismo que invierto en cada pizca de sal y pimienta y gota de aceite; es también, el mismo que recibo al cocinar.
El agua burbujeaba como un vino espumante, el vapor salia como nubes...Las papas estaban tiernas y ansiosas por transformarse en las estrellas de la mesa.
Al destapar las cacerolas, se descubrían las fragancias gastronómicas, y los comensales se relamían y sentían que podían estar degustando del plato en ese mismo momento, pero su imaginación no conformaba sus estómagos, que rugían de hambre.
La nuez moscada, de perfume penetrante y suave, delicado pero distinguido, le daba el toque final, mientras que la harina le daba el cuerpo necesario y les permuta deslizarse en mis manos.
Como en fila iban apareciendo los ñoquis de tamaño mediano, y al mismo tiempo iban saltando al agua caliente, mientras con una espumadera otros eran rescatados y colocados en una fuente con salsa.
El único reconocimiento que me satisfacía era ver que ellos disfrutaban; el aplauso era para mi, sus platos vacíos.
La felicidad de hacer lo que te apasiona para quienes amas, era mi alegría.

No hay comentarios:

Publicar un comentario